15 de febrero de 2009

"UE y la Seguridad Energética"


¿Acaso el "arma energética" de los años 1970 -la retención de suministros energéticos con fines políticos- ha regresado? Utilizar el petróleo o el gas como arma política es algo más fácil de decir que de hacer, por supuesto, pero la reanudación este año de la disputa del gas entre Rusia y Ucrania, y el resultante corte del suministro a gran parte de la Unión Europea, deberían concentrar las mentes en la necesidad de que la UE desarme a quienes utilizarían el arma energética.



Como estrategia a largo plazo, los embargos de energía siempre resultaron inútiles. Arabia Saudita vio cómo su porcentaje de las exportaciones mundiales de petróleo se desmoronaba en los 12 años posteriores al embargo de 1973-1974. Las enormes subas de precios de los años 1970 se volvieron insostenibles porque llevaron a los gobiernos en Europa y otras partes a proteger a sus consumidores a través de impuestos más elevados al petróleo, conservación y expansión de la producción petrolera fuera de la OPEP.



Europa no puede permitir que esta historia lo vuelva complaciente. De hecho, tras la repetida disputa entre Rusia y Ucrania, Europa debe reaccionar con la misma decisión para diversificar sus suministros energéticos que demostró en los años 1970 al enfrentarse al desafío de la OPEP. Como sucedió con los países de Oriente Medio, sólo una experiencia amarga le enseñará a Rusia que los suministros seguros de energía están en el interés de todos. El Kremlin aprenderá esa lección sólo si Europa diseña, adopta y se ajusta a una estrategia energética que disminuya su dependencia del suministro ruso y establezca su propia política exterior común en materia de seguridad energética, como recomendaba el informa de 2007 del Parlamento Europeo.



El gas es, sin duda, más vulnerable que el petróleo a las interrupciones imprevistas del suministro. El petróleo es razonablemente fácil de comercializar a nivel global en buques cisternas marítimos, mientras que en la mayoría de los mercados de gas la tubería fija entre el campo de gas y la hornalla traba a productores y consumidores en un abrazo exclusivo. Una tarea a la que hoy se enfrenta Europa es hacer que ese abrazo de oso ruso sea menos exclusivo, lo que requerirá de un esfuerzo coordinado y sostenido entre los estados miembro de la UE y sus vecinos en materia de seguridad energética externa.



Eso implica construir nuevos gasoductos -como los proyectos Nabucco, Trans-sahariano y Arroyo Blanco- que circunvalan a Rusia, y tal vez hacer que su concreción sea una condición para cualquier gasoducto ruso nuevo, particularmente el polémico gasoducto transbáltico Nordstream y el gasoducto South Stream a los Balcanes e Italia. Sólo entrelazando los destinos de estos proyectos se disipará la potencial capacidad de Rusia de desestabilizarlos.



Otro aspecto interno importante de una política de seguridad energética de la UE debe ser una política energética paneuropea común que sea vinculante y coordine mejor los proyectos de infraestructura y distribución de los gobiernos nacionales. Harán falta inversiones importantes tanto públicas como privadas para entrelazar las diversas redes nacionales de gasoductos.



Estas dos reformas por sí solas privarían a Rusia de su capacidad para enfrentar a los países entre sí, porque una concesión otorgada a un distribuidor nacional inmediatamente estaría a disposición de los clientes en el resto de los países a través de cláusulas contractuales ejecutorias de suministro y protocolos de tránsito supervisados por la Comisión Europea. Esto sería análogo al papel que desempeña la Comisión a la hora de promover las Redes Transeuropeas de comunicaciones por carretera o tren.



En toda Europa, las empresas energéticas están empezando a tomar conciencia de los beneficios de este tipo de reformas y se vuelven menos reacias a ellas que en el pasado, cuando muchas querían proteger sus mercados nacionales e ignorar al resto de Europa.



Dado que está surgiendo un mercado de gas natural licuado (GNL) comercializable -los flujos a Europa como mínimo se han duplicado en la última década y representan aproximadamente un cuarto del comercio mundial total de gas transfronterizo-, Europa necesitará invertir copiosamente en nuevas terminales de GNL como otra alternativa para el gas ruso. Se deberían invertir unos 100.000 millones de dólares en GNL en los próximos diez años. Estas inversiones tendrán grandes implicancias para la industria del gas de Europa y generarán una mayor transparencia en la cotización global del gas, porque ahora es posible importar gas de productores distantes.



Una mejor integración de la red eléctrica de Europa también es esencial para la seguridad energética, porque esto les permitirá a los países individuales comercializar libremente entre sí cuando algunos tengan excedentes y otros enfrenten escaseces. Por ejemplo, los estados bálticos necesitan conexiones a la red finlandesa y a la red polaca para poner fin a su aislamiento energético.



La Comisión de la UE parece estar entendiendo este mensaje. Hace poco autorizó la inversión de 5.000 millones de euros para proyectos energéticos prioritarios, entre ellos 1.750 millones de euros para interconectares de gas y electricidad, 1.250 millones de euros para la captura de carbono y el almacenamiento de gas y 250 millones de euros para Nabucco. No es suficiente, por supuesto, pero es un buen comienzo.



Más allá de estas acciones de organismos públicos, Europa también necesita hablar con una única voz cuando trata con proveedores monopólicos como Rusia -o, en el futuro, con un Irán que algún día podría estar conectado a los planeados gasoductos del Caspio-. Una única voz no erosionaría el derecho soberano de los países individuales a determinar su mezcla de producción de energía -el equilibro entre energía convencional, renovable y nuclear- como sostienen algunos euroescépticos. Se trata, simplemente, de sentido común entre países decididos a defender su seguridad común.



La seguridad energética en Europa, en definitiva, depende de reconocer que, debido a la naturaleza conectada de nuestro suministro energético y sistemas de transmisión, la UE y nuestros vecinos deben depender unos de otros. En consecuencia, resulta vital una solidaridad energética fortalecida en la UE, en la que cada país de Europa ayude a través de "cláusulas de solidaridad" vinculantes a garantizar los suministros energéticos de los demás en caso de emergencia -ya sea esta emergencia deliberada o accidental-. La Carta Energética Europea, que enfatiza el acceso al mercado y la transparencia, aunque digna de elogio, es insuficiente en momentos de crisis cuando los mercados pasan por su peor momento.



Los líderes de Europa tienen la obligación de decirles a sus pueblos qué es necesario hacer para asegurar el futuro energético. Quienes se nieguen a plantearle elecciones difíciles a su pueblo pueden pasarla mejor ahora, pero cuando azote la catástrofe, perderán credibilidad y legitimidad. Por el futuro energético de Europa, hoy es el momento de las decisiones difíciles.



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