El 24 de febrero, se produjeron enfrentamientos violentos entre peregrinos chiítas y las fuerzas policiales y de seguridad religiosas sauditas a la entrada de la Mezquita del Profeta Mahoma en Medina. El momento y el lugar de los enfrentamientos pueden tener serias repercusiones para la seguridad interna, si no para el propio régimen.
Unos 2.000 peregrinos chiítas se reunieron en las cercanías de la mezquita que alberga la tumba del Profeta para la conmemoración de la muerte de Mahoma, un acto de oración que la gobernante secta saudita wahabí considera hereje e idolátrico. Así, la Mutawa'ah, la policía religiosa del Comité para la Preservación de la Virtud y la Prohibición del Vicio, armada con palos y secundada por disparos policiales al aire, intentó dispersar a los peregrinos. Los peregrinos se resistieron. Tres peregrinos murieron y cientos resultaron heridos en la estampida posterior. Una gran cantidad de peregrinos permanecieron detenidos, entre ellos 15 jóvenes adolescentes.
Poco después, representantes de la comunidad chiíta de Arabia Saudita solicitaron una reunión con el rey Abdullah en un esfuerzo por liberar a los detenidos. El diálogo parecía una estrategia alentadora: apenas diez días antes, Abdullah había anunciado una agenda de reforma prometedora para el país. Pero el rey se negó a reunirse con la delegación chiíta.
La violencia afuera de la mezquita de Medina llevó a manifestaciones sin precedentes frente a las embajadas sauditas en Londres, Berlín y La Haya, donde manifestantes exigían la independencia del estado saudita.
Estas manifestaciones, por supuesto, son ilegales en Arabia Saudita. Pero la represión interna solo sirvió para exportar y expandir el problema. Y ahora, las políticas de represión, discriminación y antagonismo del régimen dirigidas a los chiítas y a otros grupos políticamente marginados cada vez amenazan más al estado saudita con la desintegración.
Los chiítas son un caso especial, ya que constituyen el 75% de la población en la Provincia del Este, la principal región productora de petróleo del reino, y se identifican mucho más estrechamente con los chiítas del otro lado de la frontera en Irak que con el estado saudita. Por cierto, los poderes concedidos a los chiítas de Irak, reprimidos durante tanto tiempo, generaron expectativas entre los chiítas de Arabia Saudita de que ellos también podrían llegar a obtener una condición de primera clase.
Desde el punto de vista del régimen, en cambio, el Irán chiíta hoy es la amenaza de seguridad más importante. Las autoridades sauditas percibieron las manifestaciones chiítas como una reivindicación de la política de Irán, ya que coincidieron precisamente con la celebración iraní del 30 aniversario de su Revolución Islámica. La represión de los chiítas es, por ende, parte de la estrategia del reinado para contrarrestar la apuesta de Irán a la hegemonía regional.
Sin embargo, este pensamiento es absolutamente corto de miras. Sólo si transforma la identidad nacional saudita/wahabí actualmente monolítica de Arabia Saudita en una identidad más integradora el reino se convertirá en un modelo que resulte atractivo a sus minorías. Hoy, los chiítas marginados se ven obligados a buscar conexiones políticas y respaldo en los movimientos políticos chiítas más amplios de la región para compensar la discriminación que enfrentan fronteras adentro.
De manera que la opción para los gobernantes sauditas es extrema: integrar a los chiítas dentro del sistema o ver cómo incrementan su poder a través de alianzas externas. La amenaza que esto representaría no es abstracta: las fronteras del reino son muy porosas.
Hasta ahora, el rey Abdullah no ha demostrado ninguna señal de inclinarse por una política de inclusión -ni siquiera un gesto simbólico, como un ministro chiíta. Es más, Abdullah es incapaz incluso de impedir que los canales de televisión satelital wahabíes denuncien a los "herejes" chiítas, o de frenar a los cientos de sitios web wahabíes que llaman a la eliminación absoluta de los chiítas.
No obstante, los sauditas que no son wahabíes, principalmente los chiítas, siguen resistiéndose al dogma estatal. Hasta comienzos de este año, no han formado movimientos opositores significativos o abiertos, debido a un temor históricamente arraigado a la represión. El malestar chiíta se remonta al establecimiento del reinado en 1932, y los enfrentamientos violetos con el estado saudita comenzaron con la revolución chiíta en el vecino Irán.
La revolución iraní motivó un levantamiento chiíta en la Provincia del Este en noviembre de 1979. Los chiítas de Arabia Saudita, una comunidad económica y políticamente marginada, montó una intifada sin precedentes en las ciudades de Qatif, Saihat, Safwa y Awamiyya. Decenas de miles de hombres y mujeres exigieron el fin de la política de discriminación contra los chiítas.
Si bien las fuerzas de seguridad sauditas, la Guardia Nacional, y los marines reprimieron la rebelión, las tensiones internas que la alimentaron siguen en pie. Y el ayatollah Khomeini desafió el monopolio ideológico de Al Saud y el control de Meca y Medina. Khomeini desafió el concepto mismo de monarquía en el Islam al declarar que "aquellos con autoridad" no son reyes sino académicos religiosos.
El establishment religioso saudita ha estado en alerta durante mucho tiempo ante esta entidad rival y amenazadora. Sefr al Hawali, un prominente clérigo wahabí saudita, advirtió sobre los peligros del "arco chiíta" después de la intifada chiíta en Irak en 1991. Pero, desde la guerra en Irak en 2003 y los poderes que fueron adquiriendo los chiítas en toda la región, el régimen saudita enfrenta a poblaciones chiítas de volumen considerable, alborotadas y políticamente ambiciosas en los países vecinos del Golfo, especialmente Kuwait y Bahrain, así como en el Líbano.
Las manifestaciones en Medina demuestran que los chiítas sauditas hoy están envalentonados. De hecho, formaron un movimiento de oposición llamado Khalas (Salvación), destinado a movilizar a la nueva generación de chiítas en la Provincia del Este. A la luz de hendiduras regionales y políticas más amplias, los enfrentamientos como el que ocurrió en la sagrada mezquita del Profeta podrían crecer en frecuencia, dimensión y violencia.
Unos 2.000 peregrinos chiítas se reunieron en las cercanías de la mezquita que alberga la tumba del Profeta para la conmemoración de la muerte de Mahoma, un acto de oración que la gobernante secta saudita wahabí considera hereje e idolátrico. Así, la Mutawa'ah, la policía religiosa del Comité para la Preservación de la Virtud y la Prohibición del Vicio, armada con palos y secundada por disparos policiales al aire, intentó dispersar a los peregrinos. Los peregrinos se resistieron. Tres peregrinos murieron y cientos resultaron heridos en la estampida posterior. Una gran cantidad de peregrinos permanecieron detenidos, entre ellos 15 jóvenes adolescentes.
Poco después, representantes de la comunidad chiíta de Arabia Saudita solicitaron una reunión con el rey Abdullah en un esfuerzo por liberar a los detenidos. El diálogo parecía una estrategia alentadora: apenas diez días antes, Abdullah había anunciado una agenda de reforma prometedora para el país. Pero el rey se negó a reunirse con la delegación chiíta.
La violencia afuera de la mezquita de Medina llevó a manifestaciones sin precedentes frente a las embajadas sauditas en Londres, Berlín y La Haya, donde manifestantes exigían la independencia del estado saudita.
Estas manifestaciones, por supuesto, son ilegales en Arabia Saudita. Pero la represión interna solo sirvió para exportar y expandir el problema. Y ahora, las políticas de represión, discriminación y antagonismo del régimen dirigidas a los chiítas y a otros grupos políticamente marginados cada vez amenazan más al estado saudita con la desintegración.
Los chiítas son un caso especial, ya que constituyen el 75% de la población en la Provincia del Este, la principal región productora de petróleo del reino, y se identifican mucho más estrechamente con los chiítas del otro lado de la frontera en Irak que con el estado saudita. Por cierto, los poderes concedidos a los chiítas de Irak, reprimidos durante tanto tiempo, generaron expectativas entre los chiítas de Arabia Saudita de que ellos también podrían llegar a obtener una condición de primera clase.
Desde el punto de vista del régimen, en cambio, el Irán chiíta hoy es la amenaza de seguridad más importante. Las autoridades sauditas percibieron las manifestaciones chiítas como una reivindicación de la política de Irán, ya que coincidieron precisamente con la celebración iraní del 30 aniversario de su Revolución Islámica. La represión de los chiítas es, por ende, parte de la estrategia del reinado para contrarrestar la apuesta de Irán a la hegemonía regional.
Sin embargo, este pensamiento es absolutamente corto de miras. Sólo si transforma la identidad nacional saudita/wahabí actualmente monolítica de Arabia Saudita en una identidad más integradora el reino se convertirá en un modelo que resulte atractivo a sus minorías. Hoy, los chiítas marginados se ven obligados a buscar conexiones políticas y respaldo en los movimientos políticos chiítas más amplios de la región para compensar la discriminación que enfrentan fronteras adentro.
De manera que la opción para los gobernantes sauditas es extrema: integrar a los chiítas dentro del sistema o ver cómo incrementan su poder a través de alianzas externas. La amenaza que esto representaría no es abstracta: las fronteras del reino son muy porosas.
Hasta ahora, el rey Abdullah no ha demostrado ninguna señal de inclinarse por una política de inclusión -ni siquiera un gesto simbólico, como un ministro chiíta. Es más, Abdullah es incapaz incluso de impedir que los canales de televisión satelital wahabíes denuncien a los "herejes" chiítas, o de frenar a los cientos de sitios web wahabíes que llaman a la eliminación absoluta de los chiítas.
No obstante, los sauditas que no son wahabíes, principalmente los chiítas, siguen resistiéndose al dogma estatal. Hasta comienzos de este año, no han formado movimientos opositores significativos o abiertos, debido a un temor históricamente arraigado a la represión. El malestar chiíta se remonta al establecimiento del reinado en 1932, y los enfrentamientos violetos con el estado saudita comenzaron con la revolución chiíta en el vecino Irán.
La revolución iraní motivó un levantamiento chiíta en la Provincia del Este en noviembre de 1979. Los chiítas de Arabia Saudita, una comunidad económica y políticamente marginada, montó una intifada sin precedentes en las ciudades de Qatif, Saihat, Safwa y Awamiyya. Decenas de miles de hombres y mujeres exigieron el fin de la política de discriminación contra los chiítas.
Si bien las fuerzas de seguridad sauditas, la Guardia Nacional, y los marines reprimieron la rebelión, las tensiones internas que la alimentaron siguen en pie. Y el ayatollah Khomeini desafió el monopolio ideológico de Al Saud y el control de Meca y Medina. Khomeini desafió el concepto mismo de monarquía en el Islam al declarar que "aquellos con autoridad" no son reyes sino académicos religiosos.
El establishment religioso saudita ha estado en alerta durante mucho tiempo ante esta entidad rival y amenazadora. Sefr al Hawali, un prominente clérigo wahabí saudita, advirtió sobre los peligros del "arco chiíta" después de la intifada chiíta en Irak en 1991. Pero, desde la guerra en Irak en 2003 y los poderes que fueron adquiriendo los chiítas en toda la región, el régimen saudita enfrenta a poblaciones chiítas de volumen considerable, alborotadas y políticamente ambiciosas en los países vecinos del Golfo, especialmente Kuwait y Bahrain, así como en el Líbano.
Las manifestaciones en Medina demuestran que los chiítas sauditas hoy están envalentonados. De hecho, formaron un movimiento de oposición llamado Khalas (Salvación), destinado a movilizar a la nueva generación de chiítas en la Provincia del Este. A la luz de hendiduras regionales y políticas más amplias, los enfrentamientos como el que ocurrió en la sagrada mezquita del Profeta podrían crecer en frecuencia, dimensión y violencia.
0 comentarios:
Publicar un comentario