Dado que la "crisis económica y financiera se ha extendido a nivel mundial", creo oportuno exponer aquí el análisis que hace Hannes Androsch (que en su día fue Ministro de Finanzas de Austria) sobre la "influencia de las hipotecas subprime en la estabilidad (o vulnerabilidad sel Sistema Financiero Europeo":
"Las innovaciones más notables de las últimas dos décadas han sido financieras. Al igual que la innovación tecnológica, la financiera se dedica a la búsqueda perpetua de una mayor eficiencia –en este caso, reducir el costo de las transferencias de fondos de los ahorradores a los inversionistas. Hay que ver con buenos ojos las reducciones que representen un beneficio neto para la sociedad. Pero, como lo demuestra la actual crisis financiera, cuando las innovaciones están diseñadas para eludir reglas o impuestos debemos ser más cautelosos.
Lamentablemente, el objetivo de la revolución financiera ha sido más buscar rendimientos que mejorar el bienestar. Se ha basado en la eliminación, o al menos la reducción, de dos elementos básicos de los costos bancarios que se relacionan estrechamente con los arreglos cautelares.
Uno es la necesidad de que los bancos y otras instituciones financieras tengan reservas líquidas. Mientras menos líquidos sean los activos de un banco, mayor será la necesidad de contar con esas reservas. Pero los rendimientos de esas reservas son bajos, por lo que es lucrativo reducirlas. La debacle de Northern Rock el año pasado en el Reino Unido será durante mucho tiempo un ejemplo de cómo no se deben manejar esos riesgos.
Además, aumentar el apalancamiento de un banco puede ser muy lucrativo cuando los rendimientos de las inversiones superan el costo del financiamiento. La expansión imprudente de las hojas de balance en busca de ganancias se mantiene bajo control si las compañías financieras se ajustan a los requisitos legales de capital, que exigen una relación capital-activos de aproximadamente el 8%. Pero muchos han tratado de ignorar esas restricciones, a su costo: la Carlyle Capital Corporation, subsidiaria de la empresa estadounidense Carlyle Group, fue apalancada hasta 32 veces –tenía un dólar de capital por cada 32 dólares de activos—hasta que las condiciones adversas del mercado la aniquilaron.
La elusión de los requisitos cautelares es el centro de la crisis financiera actual, exacerbada por el colapso de la fe en un sistema que se basa en la confianza. Ello ha expuesto la fragilidad del sistema bancario, incluidas las instituciones cuasi bancarias, como se ha visto en los casos de Bears Sterns, Lehman Brothers y otros bancos de inversión estadounidenses y los de Northern Rock, UBS, WestLB y muchos más en Europa.
Tal vez el aspecto más trágico de esta situación sea la explotación de las familias de bajos ingresos que se vieron envueltas en la llamada crisis de las hipotecas de alto riesgo, cuando se ofrecieron hipotecas a tasa variable a clientes con baja clasificación crediticia. De hecho, el término “tasa variable” no es correcto, porque las tasas de interés iniciales, artificialmente bajas, estaban programadas para incluir un gran aumento en unos dos años. De ahí en adelante, las tasas aumentarían al ritmo de las del mercado, pero nunca disminuirían cuando éstas lo hicieran. Esa estructura sólo pudo haber sido diseñada con el fin de atraer al mayor número posible de clientes sin reparar casi en las consecuencias de largo plazo.
Mientras el mercado inmobiliario estuvo en auge, los potenciales rendimientos de capital prometían enormes riquezas. Y la mayoría de las personas que habían obtenido las hipotecas probablemente tenían previsto refinanciarlas antes de que las crecientes tasas de interés triplicaran o cuadruplicaran sus mensualidades. Otro beneficio que se esperaba era que los rendimientos del capital se podrían convertir en préstamos garantizados por bienes inmuebles, lo que mejoraría la calidad de vida de los propietarios de viviendas.
El duro despertar vino cuando los valores de las propiedades comenzaron a disminuir. Para quienes no tenían un colchón de patrimonio no existía la posibilidad de refinanciar, y las crecientes tasas de interés han provocado incumplimientos de los pagos, desahucios y que la gente pierda sus hogares.
Ahora se nos dice que la culpa es únicamente de quienes tienen las hipotecas. No se habla de los gerentes bancarios, presionados para vender “productos financieros” y dispuestos a obtener clientes incluso cuando los productos no convenían a los intereses de esos clientes. Los banqueros no cuestionaron el sistema de estímulos en el que se prefiere un año de ganancias enormes seguido de la bancarrota a dos años de resultados moderados pero estables.
Es asombroso que las hipotecas de alto riesgo y otros productos similares se hayan reestructurado y revendido en forma titulizada. El que estas obligaciones hipotecarias garantizadas (CMO (por sus siglas en inglés) o los bonos respaldados por fondos hipotecarios) hayan encontrado un mercado tanto en Estados Unidos como en el extranjero refleja fallas en diversos frentes.
La naturaleza de estas CMO debió haber sido clara para los administradores de riesgos. Cualquier administrador de fondos con conocimientos financieros sabe que entre el riesgo y los rendimientos hay una correlación positiva. A cualquier administrador de fondos que afirme que se dejó engañar por las características favorables de rendimiento de las CMO o los instrumentos de crédito relacionados se le puede acusar de haber olvidado la afirmación de Milton Friedman de que nada es gratuito. Los modelos de riesgo no justifican el abandono del sentido de la incredulidad.
En un mundo donde existe la libertad de flujos de capital a través de las fronteras, la crisis en Estados Unidos se ha extendido a Europa. Esta es una nueva forma de contagio, que trasciende las fronteras nacionales y se amplifica por una crisis internacional de confianza. Por ello el problema global actual es mucho mayor que la crisis de Savings & Loan de los años ochenta y noventa, que se calcula que costó a los contribuyentes estadounidenses alrededor de 150 mil millones de dólares.
Actualmente, la integración global de los mercados financieros significa que los problemas pueden surgir en cualquier parte y en cualquier momento. Los bancos centrales no acaban de tapar un hoyo cuando ya apareció el siguiente. Pero si los diques del sistema financiero ceden, podríamos tener una década de deflación severa en la que los estímulos expansionistas serían inútiles.
Cuando se creó la Reserva Federal de los Estados Unidos en 1913, su función más importante era servir de prestamista de última instancia a los bancos que se encontraran en problemas, proporcionándoles liquidez mediante el servicio de descuento. La crisis actual indica que eso ya no es suficiente. Los bancos centrales de todo el mundo se están viendo obligados a actuar como creadores de mercado de última instancia en los mercados de valores. Las señales ya se pueden observar.
El Banco Central Europeo tampoco ha logrado encarar las burbujas locales en Europa. La justificación es que al BCE le preocupa la inflación, no los ajustes de precios relativos. Esto significa que la política monetaria está orientada a las necesidades de los países más grandes, como Alemania, y no a las de, digamos, Bélgica. Pero dada la magnitud de la amenaza que significa para Europa una crisis financiera generalizada, esta apología de la inactividad ya no es útil.
"Las innovaciones más notables de las últimas dos décadas han sido financieras. Al igual que la innovación tecnológica, la financiera se dedica a la búsqueda perpetua de una mayor eficiencia –en este caso, reducir el costo de las transferencias de fondos de los ahorradores a los inversionistas. Hay que ver con buenos ojos las reducciones que representen un beneficio neto para la sociedad. Pero, como lo demuestra la actual crisis financiera, cuando las innovaciones están diseñadas para eludir reglas o impuestos debemos ser más cautelosos.
Lamentablemente, el objetivo de la revolución financiera ha sido más buscar rendimientos que mejorar el bienestar. Se ha basado en la eliminación, o al menos la reducción, de dos elementos básicos de los costos bancarios que se relacionan estrechamente con los arreglos cautelares.
Uno es la necesidad de que los bancos y otras instituciones financieras tengan reservas líquidas. Mientras menos líquidos sean los activos de un banco, mayor será la necesidad de contar con esas reservas. Pero los rendimientos de esas reservas son bajos, por lo que es lucrativo reducirlas. La debacle de Northern Rock el año pasado en el Reino Unido será durante mucho tiempo un ejemplo de cómo no se deben manejar esos riesgos.
Además, aumentar el apalancamiento de un banco puede ser muy lucrativo cuando los rendimientos de las inversiones superan el costo del financiamiento. La expansión imprudente de las hojas de balance en busca de ganancias se mantiene bajo control si las compañías financieras se ajustan a los requisitos legales de capital, que exigen una relación capital-activos de aproximadamente el 8%. Pero muchos han tratado de ignorar esas restricciones, a su costo: la Carlyle Capital Corporation, subsidiaria de la empresa estadounidense Carlyle Group, fue apalancada hasta 32 veces –tenía un dólar de capital por cada 32 dólares de activos—hasta que las condiciones adversas del mercado la aniquilaron.
La elusión de los requisitos cautelares es el centro de la crisis financiera actual, exacerbada por el colapso de la fe en un sistema que se basa en la confianza. Ello ha expuesto la fragilidad del sistema bancario, incluidas las instituciones cuasi bancarias, como se ha visto en los casos de Bears Sterns, Lehman Brothers y otros bancos de inversión estadounidenses y los de Northern Rock, UBS, WestLB y muchos más en Europa.
Tal vez el aspecto más trágico de esta situación sea la explotación de las familias de bajos ingresos que se vieron envueltas en la llamada crisis de las hipotecas de alto riesgo, cuando se ofrecieron hipotecas a tasa variable a clientes con baja clasificación crediticia. De hecho, el término “tasa variable” no es correcto, porque las tasas de interés iniciales, artificialmente bajas, estaban programadas para incluir un gran aumento en unos dos años. De ahí en adelante, las tasas aumentarían al ritmo de las del mercado, pero nunca disminuirían cuando éstas lo hicieran. Esa estructura sólo pudo haber sido diseñada con el fin de atraer al mayor número posible de clientes sin reparar casi en las consecuencias de largo plazo.
Mientras el mercado inmobiliario estuvo en auge, los potenciales rendimientos de capital prometían enormes riquezas. Y la mayoría de las personas que habían obtenido las hipotecas probablemente tenían previsto refinanciarlas antes de que las crecientes tasas de interés triplicaran o cuadruplicaran sus mensualidades. Otro beneficio que se esperaba era que los rendimientos del capital se podrían convertir en préstamos garantizados por bienes inmuebles, lo que mejoraría la calidad de vida de los propietarios de viviendas.
El duro despertar vino cuando los valores de las propiedades comenzaron a disminuir. Para quienes no tenían un colchón de patrimonio no existía la posibilidad de refinanciar, y las crecientes tasas de interés han provocado incumplimientos de los pagos, desahucios y que la gente pierda sus hogares.
Ahora se nos dice que la culpa es únicamente de quienes tienen las hipotecas. No se habla de los gerentes bancarios, presionados para vender “productos financieros” y dispuestos a obtener clientes incluso cuando los productos no convenían a los intereses de esos clientes. Los banqueros no cuestionaron el sistema de estímulos en el que se prefiere un año de ganancias enormes seguido de la bancarrota a dos años de resultados moderados pero estables.
Es asombroso que las hipotecas de alto riesgo y otros productos similares se hayan reestructurado y revendido en forma titulizada. El que estas obligaciones hipotecarias garantizadas (CMO (por sus siglas en inglés) o los bonos respaldados por fondos hipotecarios) hayan encontrado un mercado tanto en Estados Unidos como en el extranjero refleja fallas en diversos frentes.
La naturaleza de estas CMO debió haber sido clara para los administradores de riesgos. Cualquier administrador de fondos con conocimientos financieros sabe que entre el riesgo y los rendimientos hay una correlación positiva. A cualquier administrador de fondos que afirme que se dejó engañar por las características favorables de rendimiento de las CMO o los instrumentos de crédito relacionados se le puede acusar de haber olvidado la afirmación de Milton Friedman de que nada es gratuito. Los modelos de riesgo no justifican el abandono del sentido de la incredulidad.
En un mundo donde existe la libertad de flujos de capital a través de las fronteras, la crisis en Estados Unidos se ha extendido a Europa. Esta es una nueva forma de contagio, que trasciende las fronteras nacionales y se amplifica por una crisis internacional de confianza. Por ello el problema global actual es mucho mayor que la crisis de Savings & Loan de los años ochenta y noventa, que se calcula que costó a los contribuyentes estadounidenses alrededor de 150 mil millones de dólares.
Actualmente, la integración global de los mercados financieros significa que los problemas pueden surgir en cualquier parte y en cualquier momento. Los bancos centrales no acaban de tapar un hoyo cuando ya apareció el siguiente. Pero si los diques del sistema financiero ceden, podríamos tener una década de deflación severa en la que los estímulos expansionistas serían inútiles.
Cuando se creó la Reserva Federal de los Estados Unidos en 1913, su función más importante era servir de prestamista de última instancia a los bancos que se encontraran en problemas, proporcionándoles liquidez mediante el servicio de descuento. La crisis actual indica que eso ya no es suficiente. Los bancos centrales de todo el mundo se están viendo obligados a actuar como creadores de mercado de última instancia en los mercados de valores. Las señales ya se pueden observar.
El Banco Central Europeo tampoco ha logrado encarar las burbujas locales en Europa. La justificación es que al BCE le preocupa la inflación, no los ajustes de precios relativos. Esto significa que la política monetaria está orientada a las necesidades de los países más grandes, como Alemania, y no a las de, digamos, Bélgica. Pero dada la magnitud de la amenaza que significa para Europa una crisis financiera generalizada, esta apología de la inactividad ya no es útil.
2 comentarios:
Muy bueno el artículo. Así uno se puede hacer una idea de la actual crisis. Europa no deja de ser vulnerable, es verdad, pero quizá tenga un sistema más protegido en comparación con el resto de potencias económicas.
Un saludo.
Mi criterio y lo que pienso que esta crisis que padecemos es el producto de ansiedad de beneficios de los banqueros, que no han tenido el más mínimo pudor en fomentar el consumismo a la máxima potencia, y como bien dices ¿Quién no tiene para consumir?
Las familias de bajo poder adquisitivo ,donde creyó la banca encontrar el filón de beneficios
no pensó si en su día podría pagar
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