La “gestión de los residuos radioactivos” corre a cargo de Enresa, la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos, creada en 1984. Es una compañía pública con capital estatal, que se financia a través de un porcentaje sobre la tarifa eléctrica y aportaciones de los productores de residuos. Esta empresa los clasifica en dos grandes categorías:
- Los residuos de baja y media actividad, que son materiales contaminados con isótopos radiactivos que en menos de 30 años reducirán su radiactividad a la mitad. Suponen el 95% de los desechos generados y pueden ser herramientas, ropa de trabajo, instrumental médico y otros materiales utilizados en algunas industrias, hospitales, laboratorios de investigación y centrales nucleares. La mayor parte de estos residuos tiene su origen en el desmantelamiento de las plantas nucleares, y representan un volumen muy importante dentro del conjunto de residuos de baja y media actividad. En España, se custodian en el almacén de El Cabril, en Córdoba.
- Los de alta actividad, que están constituidos por el combustible gastado en los reactores nucleares y por otros materiales con niveles elevados de radiactividad, normalmente con un contenido apreciable de radionucleidos de vida larga (miles de años). En España, se generan 160 toneladas al año.
No obstante, por si alguien no tiene muy claro el “concepto de radioactividad” para clasificar esos residuos, solo decir que se trata de la energía que emiten ciertos cuerpos, ya sea de manera espontánea (radiactividad natural) o provocada por una intervención externa (radiactividad artificial). La mayor parte de las radiaciones ionizantes tienen un origen natural y proceden principalmente del sol y de los minerales de la corteza terrestre. Sólo el doce por ciento de las radiaciones que recibimos tiene un origen artificial. Esta radiación puede dañar los organismos vivos y se mide con una magnitud denominada dosis de radiación. Un sievert (Sv) es la unidad que mide esa dosis de radiación. Un nivel no nocivo sobre una persona puede ser de 2 ó 3 milésimas de sievert.
Bien, para almacenar esos productos se requieren depósitos especiales, siendo el de Cambri l(Córdoba) el más importante de nuestro país: cuenta con dos zonas diferenciadas por funciones: la de edificios y la de almacenamiento. Esta separación permite un desarrollo eficaz de las actividades, facilitando su seguimiento y control y diferenciando las zonas con reglamentación radiológica. La zona de almacenamiento de residuos de baja y media actividad está formada por dos plataformas: la plataforma norte, constituida por dieciséis celdas de almacenamiento, y la plataforma sur, con doce.
Los residuos de baja y media actividad generados en cualquier punto de España llegan a El Cabril y se descargan en un edificio de acondicionamiento. La mayoría de los desechos, generados en las centrales nucleares, llegan acondicionados. Los bidones recibidos se introducen en contenedores de hormigón cuya capacidad es de dieciocho barriles de 220 litros.
El CSN mantiene un estricto programa de control y vigilancia de las instalaciones nucleares y de las radiactivas, dedicadas a usos médicos, industriales o de investigación. Mediante este control, se garantiza que se ajusten a los criterios de seguridad.
Para vigilar la calidad radiológica del medio ambiente, el Centro de Seguridad Nuclear (CSN) mide de manera continua y en tiempo real la radiactividad ambiental, mediante una red de estaciones automáticas repartidas por toda España. Además, cuenta con otra red de muestreo que analiza la atmósfera, el medio terrestre y las aguas de ríos y mares. El CSN exige a los operadores de las centrales que mantengan planes de vigilancia radiológica ambiental, que incluyen 2.000 muestras y 13.000 análisis de agua, aire y alimentos. Estos resultados se contrastan con programas independientes.
Ahora bien, no cabe la más mínima duda de que en el “debate sobre la energía nuclear”, la principal cuestión que surge es qué hacer con esos residuos nucleares. La larga vida de los restos y su complicada gestión se unen a dos experiencias traumáticas que el imaginario colectivo tiene muy presentes: el uso con fines bélicos en Hiroshima y Nagasaki, en Japón, y el incidente de Chernobil, en Ucrania.
Sin embargo, en España, todos los residuos radiactivos están claramente inventariados, se conoce con exactitud dónde y quién los genera, y están bajo las constantes miradas de Enresa, la empresa estatal que gestiona los restos, y el Centro de Seguridad Nuclear. Los protocolos de garantía son altos: España es el país más avanzado del mundo en materia de protección radiológica.
Los residuos de baja y media actividad se introducen en un lecho de hormigón en el interior de bidones, y se transportan en camiones diseñados para asegurar el traslado hasta el almacén. Enresa lleva a cabo trescientos transportes al año.Una vez en El Cabril, los bidones se descargan por control remoto y se introducen en cubos de hormigón. En cada cubo, sellado con mortero, caben 18 barriles. A su vez, 320 cubos se introducen en una estructura de almacenamiento con paredes de hormigón. El centro cordobés tiene capacidad para 28 de estos armazones.
Cuando El Cabril haya alcanzado su tope de almacenamiento, se cubrirá el conjunto con estructuras drenantes y, después, con una cobertura de tierra vegetal. Además, se integrará en el paisaje con la plantación de especies autóctonas. Desde ese momento, se pondrá en marcha un programa de control y seguimiento. Deberá ponerse en macha entonces otra instalación, cuyo emplazamiento aún está por determinar.
Pero hay otro tipo de residuos cuya gestión es un poco más delicada: los de alta radiación. Éstos proceden del combustible gastado por las centrales nucleares. Representan el 5% de la producción, y al año se generan 160 toneladas. Hasta ahora, se almacenan en las piscinas de las centrales nucleares, a la espera de la creación de un almacén centralizado.
En la gestión de estos desechos existen dos etapas: una temporal, para la que hay tecnologías disponibles y con experiencia operativa; y una fase final que está en fase de investigación. La complejidad de una solución final para estos residuos de larga vida (miles de años), tanto desde un punto de vista técnico como de aceptación social, ha dificultado el desarrollo de programas definitivos.
En materia de seguridad, el objetivo al tratar estos residuos es proteger a las personas y al medio ambiente de los efectos nocivos de las radiaciones ionizantes ahora y en el futuro, sin que supongan cargas indebidas para las generaciones futuras, apuntan desde el CSN, el Centro de Seguridad Nuclear.
Este objetivo ha sido regulado en una serie de principios de protección y bases éticas y medioambientales desarrollados por organismos internacionales como CIRP (Comisión Internacional de Protección Radiológica), OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), OCDE/AEN (Agencia para la Energía Nuclear de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) y la CE (Comisión Europea).
En España, el CSN es el gran hermano de los residuos radiactivos y también se encarga de la calidad radiológica del medio ambiente en todo el territorio nacional, en cumplimiento de las obligaciones internacionales de España en esta materia, así como colaborar con las autoridades competentes en los aspectos de vigilancia radiológica. Además, desde hace ya diez años, en España a raíz del incidente de Acerinox (un incidente de contaminación radiactiva que ocurrió en Huelva en 1998), se firmó un Protocolo Voluntario por parte de las diversas administraciones y los sectores afectados en el que se establecieron los medios y mecanismos para vigilar los materiales metálicos, lo que ha situado a España como el país más avanzado del mundo en materia de protección radiológica.
De cualquier manera, la seguridad en la administración de los residuos radiactivos no impide que haya un cierto rechazo social. Desde el sector, opinan que hay una solución: la transparencia y el conocimiento. La sociedad tiene que conocer todos los pros y los contras de la utilización de la radioactividad. Todo el mundo debe ser consciente de los beneficios que genera su uso y de los perjuicios. No hay duda de que la falta de conocimiento sobre la radioactividad genera alarma en las personas
- Los residuos de baja y media actividad, que son materiales contaminados con isótopos radiactivos que en menos de 30 años reducirán su radiactividad a la mitad. Suponen el 95% de los desechos generados y pueden ser herramientas, ropa de trabajo, instrumental médico y otros materiales utilizados en algunas industrias, hospitales, laboratorios de investigación y centrales nucleares. La mayor parte de estos residuos tiene su origen en el desmantelamiento de las plantas nucleares, y representan un volumen muy importante dentro del conjunto de residuos de baja y media actividad. En España, se custodian en el almacén de El Cabril, en Córdoba.
- Los de alta actividad, que están constituidos por el combustible gastado en los reactores nucleares y por otros materiales con niveles elevados de radiactividad, normalmente con un contenido apreciable de radionucleidos de vida larga (miles de años). En España, se generan 160 toneladas al año.
No obstante, por si alguien no tiene muy claro el “concepto de radioactividad” para clasificar esos residuos, solo decir que se trata de la energía que emiten ciertos cuerpos, ya sea de manera espontánea (radiactividad natural) o provocada por una intervención externa (radiactividad artificial). La mayor parte de las radiaciones ionizantes tienen un origen natural y proceden principalmente del sol y de los minerales de la corteza terrestre. Sólo el doce por ciento de las radiaciones que recibimos tiene un origen artificial. Esta radiación puede dañar los organismos vivos y se mide con una magnitud denominada dosis de radiación. Un sievert (Sv) es la unidad que mide esa dosis de radiación. Un nivel no nocivo sobre una persona puede ser de 2 ó 3 milésimas de sievert.
Bien, para almacenar esos productos se requieren depósitos especiales, siendo el de Cambri l(Córdoba) el más importante de nuestro país: cuenta con dos zonas diferenciadas por funciones: la de edificios y la de almacenamiento. Esta separación permite un desarrollo eficaz de las actividades, facilitando su seguimiento y control y diferenciando las zonas con reglamentación radiológica. La zona de almacenamiento de residuos de baja y media actividad está formada por dos plataformas: la plataforma norte, constituida por dieciséis celdas de almacenamiento, y la plataforma sur, con doce.
Los residuos de baja y media actividad generados en cualquier punto de España llegan a El Cabril y se descargan en un edificio de acondicionamiento. La mayoría de los desechos, generados en las centrales nucleares, llegan acondicionados. Los bidones recibidos se introducen en contenedores de hormigón cuya capacidad es de dieciocho barriles de 220 litros.
El CSN mantiene un estricto programa de control y vigilancia de las instalaciones nucleares y de las radiactivas, dedicadas a usos médicos, industriales o de investigación. Mediante este control, se garantiza que se ajusten a los criterios de seguridad.
Para vigilar la calidad radiológica del medio ambiente, el Centro de Seguridad Nuclear (CSN) mide de manera continua y en tiempo real la radiactividad ambiental, mediante una red de estaciones automáticas repartidas por toda España. Además, cuenta con otra red de muestreo que analiza la atmósfera, el medio terrestre y las aguas de ríos y mares. El CSN exige a los operadores de las centrales que mantengan planes de vigilancia radiológica ambiental, que incluyen 2.000 muestras y 13.000 análisis de agua, aire y alimentos. Estos resultados se contrastan con programas independientes.
Ahora bien, no cabe la más mínima duda de que en el “debate sobre la energía nuclear”, la principal cuestión que surge es qué hacer con esos residuos nucleares. La larga vida de los restos y su complicada gestión se unen a dos experiencias traumáticas que el imaginario colectivo tiene muy presentes: el uso con fines bélicos en Hiroshima y Nagasaki, en Japón, y el incidente de Chernobil, en Ucrania.
Sin embargo, en España, todos los residuos radiactivos están claramente inventariados, se conoce con exactitud dónde y quién los genera, y están bajo las constantes miradas de Enresa, la empresa estatal que gestiona los restos, y el Centro de Seguridad Nuclear. Los protocolos de garantía son altos: España es el país más avanzado del mundo en materia de protección radiológica.
Los residuos de baja y media actividad se introducen en un lecho de hormigón en el interior de bidones, y se transportan en camiones diseñados para asegurar el traslado hasta el almacén. Enresa lleva a cabo trescientos transportes al año.Una vez en El Cabril, los bidones se descargan por control remoto y se introducen en cubos de hormigón. En cada cubo, sellado con mortero, caben 18 barriles. A su vez, 320 cubos se introducen en una estructura de almacenamiento con paredes de hormigón. El centro cordobés tiene capacidad para 28 de estos armazones.
Cuando El Cabril haya alcanzado su tope de almacenamiento, se cubrirá el conjunto con estructuras drenantes y, después, con una cobertura de tierra vegetal. Además, se integrará en el paisaje con la plantación de especies autóctonas. Desde ese momento, se pondrá en marcha un programa de control y seguimiento. Deberá ponerse en macha entonces otra instalación, cuyo emplazamiento aún está por determinar.
Pero hay otro tipo de residuos cuya gestión es un poco más delicada: los de alta radiación. Éstos proceden del combustible gastado por las centrales nucleares. Representan el 5% de la producción, y al año se generan 160 toneladas. Hasta ahora, se almacenan en las piscinas de las centrales nucleares, a la espera de la creación de un almacén centralizado.
En la gestión de estos desechos existen dos etapas: una temporal, para la que hay tecnologías disponibles y con experiencia operativa; y una fase final que está en fase de investigación. La complejidad de una solución final para estos residuos de larga vida (miles de años), tanto desde un punto de vista técnico como de aceptación social, ha dificultado el desarrollo de programas definitivos.
En materia de seguridad, el objetivo al tratar estos residuos es proteger a las personas y al medio ambiente de los efectos nocivos de las radiaciones ionizantes ahora y en el futuro, sin que supongan cargas indebidas para las generaciones futuras, apuntan desde el CSN, el Centro de Seguridad Nuclear.
Este objetivo ha sido regulado en una serie de principios de protección y bases éticas y medioambientales desarrollados por organismos internacionales como CIRP (Comisión Internacional de Protección Radiológica), OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica), OCDE/AEN (Agencia para la Energía Nuclear de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) y la CE (Comisión Europea).
En España, el CSN es el gran hermano de los residuos radiactivos y también se encarga de la calidad radiológica del medio ambiente en todo el territorio nacional, en cumplimiento de las obligaciones internacionales de España en esta materia, así como colaborar con las autoridades competentes en los aspectos de vigilancia radiológica. Además, desde hace ya diez años, en España a raíz del incidente de Acerinox (un incidente de contaminación radiactiva que ocurrió en Huelva en 1998), se firmó un Protocolo Voluntario por parte de las diversas administraciones y los sectores afectados en el que se establecieron los medios y mecanismos para vigilar los materiales metálicos, lo que ha situado a España como el país más avanzado del mundo en materia de protección radiológica.
De cualquier manera, la seguridad en la administración de los residuos radiactivos no impide que haya un cierto rechazo social. Desde el sector, opinan que hay una solución: la transparencia y el conocimiento. La sociedad tiene que conocer todos los pros y los contras de la utilización de la radioactividad. Todo el mundo debe ser consciente de los beneficios que genera su uso y de los perjuicios. No hay duda de que la falta de conocimiento sobre la radioactividad genera alarma en las personas
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